Marco Palacio: La imagen del éxito

ZONA # 16 y # 17

El rector “autoritario” según muchos estudiantes, “fascista” para los extremistas que no vivieron las épocas de Luis Duque, es el funcionario del éxito durante la administración de Betancur. Marco Palacio, con mano firme pero claros principios democráticos, logró “pacificar” la Universidad Nacional… por lo menos hasta el 1 de agosto, cuando deja su cargo.

Palacio renuncia antes de que la interinidad de la transición Barco lo obligue a quedar en el limbo durante varios meses. Rechazó las ofertas barquistas para continuar en el difícil cargo, pero se retira convencido de haber dado pasos firmes hacia la reconstitución de la Universidad como un centro de prestigio, de libre debate, de investigación. Su esfuerzo fue por lograr que la Universidad más importante del país aportara su energía en campos que no sean en los que se dan las pedreas contra la fuerza pública.

La fórmula: transacción… y una clara demostración de que el poder es para ejercerlo… como autoridad democrática. Habla con los distintos estamentos, los escucha, y toma las medidas. Hizo, lo que a nivel nacional no logró realizar Belisario Betancur con el proceso de paz. Y lo excusa a éste, su máximo jefe, argumentando que la Nacional es sólo una microColombia…

Universidad abierta y con prestigio

R.J.: ¿Cuál es la razón por la cual la Universidad se ha mantenido en calma durante los tres años que usted lleva en la rectoría?

Marco Palacio: Hay un contexto, que es la política de paz. Ésta ha sido decisiva. Los estudiantes de alguna manera se convencieron de la inutilidad de la violencia en los predios de la ciudad universitaria, que sólo llevaba a un deterioro de su imagen.

Es un problema de cansancio y de convicción, porque había un ambiente político diferente. Si el ambiente del país, en general, hubiera sido represivo, tal vez la universidad estaría calmada… pero militarizada. Lo interesante es que ha estado calmada sin recurrir a la fuerza pública.

A ese proceso se le ayudó desde adentro, cambiando lo que yo llamaba, la “ecología viciada”: unas residencias que no eran tales, o una cafetería que era un desastre, donde venía el lumpen de Bogotá y muchos estudiantes a comer a seis pesos. Era acabar con esto, y modernizar el sistema de bienestar real.

Ha habido un florecimiento de actividades. Los estudiantes están dedicados a la cultura, a la protesta a través del periódico, de pequeñas revistas, de grupos de teatro.

No es que la mentalidad rebelde de los estudiantes se haya disminuido, sino que se ha canalizado de una manera más productiva, mirando a largo plazo, más realista. Una universidad tirando piedra y cerrada…¿qué contribución puede hacer a los cambios del país…? Ninguna.

R.J.: ¿Cómo implementó esa “política de paz”, por ejemplo, el cierre de la cafetería? ¿Cómo lo logra sin que se presenten nuevos problemas?

M.P.: Hubo respaldo del gobierno, muy claro sobre todo lo que se estaba haciendo. En el diagnóstico de cafetería y residencias, que hice a través del periódico “El Mundo”, en dos artículos que se llamaron “La Universidad en la olla”, decía, que no podía ser universidad aquello que tenía por prioridad cafetería y residencias.

Cuando el gobierno me ofreció la rectoría, el presidente y la ministra, Doris Esther, fueron muy respetuosos de la autonomía y del diagnóstico. Lo otro importante fue que no recibí ninguna presión del gobierno para abrir rápidamente la universidad. La hipótesis mía era que no podía estar abriéndose y cerrándose. Básicamente lo que hice fue tratar de colocar a los estudiantes con los dos pies sobre la tierra y decirles: “Miren, maestros, el país no se conmueve porque la Universidad esté cerrada. Pero ya se aburrió de que la abran y la cierren y de que haya episodios sangrientos cada mes, y buses incendiados… ¡eso no conduce a nada!” La universidad puede quedarse permanentemente cerrada y ¡no pasa nada! Y hubo un cierre prolongado, absolutamente necesario.

La otra cosa fue la franqueza con que me dirigí a los estudiantes en las asambleas, que se convocaron por facultades. Eran asambleas terribles; los estudiantes llegaron en un plano muy agresivo. Les dije tres cosas: primero, la universidad no es extraterritorial; si aquí hay problemas de orden público puede entrar el ejército y la policía, porque es parte de Colombia, y la autoridad existe en el país, y hay fuerzas especializadas del Estado para enfrentar a los violentos. Entonces, olvídense de que esto es extraterritorial. Segundo, no va a haber más residencias, porque no son un servicio: se han vuelto una guarida donde se cometen todos los delitos del Código Penal. Y en tercer lugar, tampoco va a haber cafetería, que es otro foco de toda suerte de infecciones, incluso estomacales. Esto no le gustó a los estudiantes. Pero tuve la honradez de decírselos de frente, de no contemporizar. A los estudiantes hay que hablarles así; uno no puede andar haciendo componendas con ellos, no. Eso no era negociable: Yo era la autoridad que decidía. Lo tomaron como algo autoritario, represivo, fascista etcétera…

Pero yo tenía la convicción de que Colombia necesita una universidad crítica. Si usted quiere lo más renovador desde el punto de vista de los cambios, es necesario que exista una universidad abierta y con prestigio, y no una universidad cerrada y desprestigiada. La prioridad fundamental era tener una universidad libre en todo sentido, no confesional, sino crítica, donde cada cual puede hacer y decir, pero con las reglas de la convivencia.

Por otro lado, les dije públicamente a los estudiantes que a mí me parecía una cobardía extraordinaria los grupos armados que se escudaban en ellos para hacerle la guerra al Estado. Es respetable ir a hacer la guerra donde hay que hacerla. Pero otra cosa es usar la ciudad universitaria, y escudarse entre los estudiantes para hacerla. Es abuso. Se los dije con mucha claridad y fue importante desde el punto de vista de la credibilidad.

R.J.: ¿Hubo momentos difíciles en esas asambleas?

M.P.: Hubo una asamblea, de las cinco grandes. ¿Usted se puede imaginar un grupo directivo, en el auditorio, ante dos mil y ocho mil estudiantes, gritando, vociferando, energúmenos, escuchando cosas que para ellos eran terribles? Yo sentía que ellos reaccionaban muchas veces, como si les estuviera diciendo que se les murió su papá. Ellos identificaban la universidad con la cafetería y las residencias, eran sus luchas, era toda la mitología de jóvenes adolescentes.

Hubo una asamblea que prácticamente se nos salió de las manos: la de Ciencias Sociales. Allí nos habían podido linchar, pero curiosamente los estudiantes no se abalanzaron contra nosotros, sino que se dispersaron. Cuando salí, pensé que se quedarían hasta las dos de la mañana, pero la gente dejó solos a los líderes. Luego, éstos trataron de organizar un mitin y también la gente se les fue. Después trataron de hacer con un grupo muy pequeño, una asamblea en la facultad de Derecho y nadie les fue. Allí me convencí de que esos líderes eran repudiados en ese momento por la mayoría de la gente. Que no había verdaderos líderes, que la gente estaba aburrida y tuve la esperanza de que los estudiantes recapacitarían. Cuando uno ya asimila la noticia de la muerte del padre, y se la han dicho de una manera franca, se aprecia por lo menos con honradez. Creo que la autoridad que haya podido tener esta administración, es haberle dicho a los estudiantes que existe una línea divisoria entre ellos y los directivos.

Diálogos y persuasión

R.J.: ¿O sea un diálogo autoritario es lo que ha habido, más o menos?

M.P.: No realmente. Yo diría que prácticamente diálogo no hubo. Es que no podía haber en el sentido de que se estuviera negociando posiciones de poder. En una universidad finalmente no se negocia. Se persuade o no. El deber de autoridad es persuadir a los estudiantes para que la universidad funcione normalmente, para que ellos aprendan, para que tengan un espacio civilizado de gran libertad.

El diálogo no era el objetivo. No se puede confundir lo que se hizo en la universidad con los diálogos que se hicieron con los guerrilleros, donde sí existía una posición de negociación. Mientras usted no destruya al enemigo, pues siempre habrá una posibilidad de no proseguir sino de encontrar unos caminos alternativos, para generar una mayor discusión de lado y lado.

La política de paz se dio sobre la base históricamente reconocida, de que los otros señores están armados y son una fuerza real y eso no se puede ignorar. Aquí no se trata de alguien contra el Estado. Se trataba, si usted quiere, contra gente infantil, contra gente necia, alucinada, que había convertido a la universidad en un ghetto. Es que cuando usted dice que es un diálogo autoritario… no… es una conducta. Es que se están comportando así, porque se dieron cuenta de que nadie los hostiliza y que es mejor lo que hay ahora a lo que había antes, porque muchos de ellos no podían hablar por la acción de grupos que los coaccionaban. En esa asambleas hubo gente que estuvo completamente de nuestro lado, lo cual implicaba una posición muy valerosa. Todo ese tratamiento no se podía hacer con diálogo. Lo único que se quería era tratar de persuadir.

R.J.: En el caso concreto de los grupos guerrilleros que operaban dentro de la universidad, ¿cómo fue ese proceso de persuasión? ¿Se dio algún paso específico para que ellos dejaran de operar?

M.P.: Eso fue diferente. Realmente en ese caso sí se trató de un diálogo. Estamos hablando de dos cosas muy diferentes: grandes masas estudiantiles inconformes y rebeldes –como es su propia naturaleza– con una mitología determinada, y divididas. Con grupos armados, que de una u otra manera operaban en la universidad, era mucho más difícil, por varias razones. Una era que no se sabía el grado de decisión autónoma de ellos. No sabía si eran grupos que operaban de una manera descentralizada en la ciudad universitaria, o si había que acudir a sus instancias superiores. En este caso existían las comisiones de diálogo y paz, y lo que hice fue apelar a dos profesores de la Universidad Nacional –Guillermo Hoyos y Álvaro Tirado Mejía. Estaban en esas comisiones para que cuando hablaran con los jefes de las organizaciones, les recordaran la existencia de la Universidad, y de la inutilidad de que ésta fuera un campo de batalla.

Y por otro lado, aquí operaban grupos, que quizás tenían sus direcciones y que sí tuvimos con ellos, dentro del proceso global de paz, algunas conversaciones. A raíz de esas conversaciones, entiendo que se produjo una reunión –a mí no me consta– de las distintas tendencias y vertientes armadas. Llegaron a la conclusión, después de un debate muy fuerte entre ellos, que la ciudad universitaria no debía ser el campo de guerra con el Estado.

Muchos de estos grupos no estuvieron de acuerdo con el cierre de las residencias. Pero sí reconocían que se había convertido en nidos de narcotraficantes. Porque la Universidad Nacional, en una época, era uno de los centros de distribución de coca y de bazuco en Bogotá, y las residencias eran el lugar de almacenaje. Eso lo sabían y lo reconocían los grupos guerrilleros, y entendían que mezclarse con ellos no les hacía bien a su imagen ni a su acción, ni a nada.

Otra cosa que ayudó muchísimo fue la convicción de que se iba a seguir en el proceso de reincorporar los amnistiados a la Universidad Nacional, de acuerdo con la Ley de Amnistía. Creo que eso también fue muy importante.

Aquí se reincorporaron, básicamente, durante la rectoría anterior (y nosotros seguimos el proceso) alrededor de setenta u ochenta exguerrilleros. La prensa y muchos articulistas se desgarraron las vestiduras, como todo en este proceso de paz: ¡Que cómo es posible!

Pero lo que realmente ayudó fue que los guerrilleros que se reincorporaron lo hicieron en serio, a estudiar. Creo que ése es un ejemplo que cundió entre sus compañeros. Es importante decirle al país que los amnistiados se reincorporaron muy bien a la vida universitaria.

En actividades culturales y deportivas…

M. P.: Quedan varias cosas. En primer lugar, el uso –casi óptimo– del auditorio León de Greiff. Por él pasan mensualmente, alrededor de diez mil espectadores, o sea, ciento diez mil al año. Para esa clase de espectáculos: conciertos, teatro, recitales conferencias, es una maravilla, yo no creo que en Bogotá exista una instalación mejor para fines culturales. Por otra parte, el Museo de Arte, según muchos críticos,

fue el mejor de Bogotá en 1985. Se hicieron cosas sensacionales, como la retrospectiva de Ramírez Villamizar y las exposiciones de escultores jóvenes de primera línea. Ese museo ha tenido una programación que es exquisita y que ubica de nuevo a la Universidad en un punto muy importante.

Lo significativo del museo es que ha llegado a la ciudadanía. Cada vez se ha perdido más el miedo a venir a la ciudad universitaria. Por otra parte, renacieron los grupos de teatro. En este momento hay dos, patrocinados por la Universidad. Hay una estudiantina y un coro.

Al mismo tiempo la actividad deportiva se ha incrementado notablemente. De nuevo, a partir del próximo semestre la educación física y el deporte van a ser obligatorios para los estudiantes de los dos primeros semestres. Esta universidad se construyó en cien hectáreas de tierra y la gran mayoría son prados e instalaciones deportivas.

Además hemos patrocinado todas las actividades para fundar revistas y cine-clubes. Después de veinte anos más o menos, tuve la oportunidad de ir a la primera fiesta que me invitaron. Tenía mucho temor; fue en la facultad de medicina. Son fiestas que se organizan gozando del derecho a ser universitario.

Ese aspecto lúdico, de gozo, es muy importante y lo habían perdido las generaciones anteriores que se educaron muy tristes, muy amargadas, muy críticas. Yo creo que para ser revolucionario uno no tiene que estar triste todo el tiempo, por el contrario.

«El único tabú que hay aquí…»

R.J.: Pero también hay quien dice que se han estimulado esas áreas para desmovilizar el estudiantado, para que no piensen tanto en política.

M.P: Es una crítica muy superficial y muy propia de la paranoia intelectual colombiana. El hecho es que la actividades culturales de la Universidad Nacional son de la más alta calidad y usted sabe que la cultura es crítica por naturaleza. Una pieza de teatro como las que yo he visto aquí, son críticas fundamentales a los modos de vida de América Latina, al militarismo, a la represión, al despotismo de las relaciones familiares, al paternalismo, al machismo, a la anticultura, a los vicios de la clase política. Es decir, aquí no estamos ofreciendo cultura de televisión, ni de Corín Tellado, ni de adormecimiento, por el contrario, es una cultura crítica. El único tabú que se ha impuesto aquí es la violencia, eso es lo único que no permitimos».

R.J.: ¿Cómo han sido las relaciones con el profesorado?

M.P: El profesorado es muy estable en la U.N. Básicamente es de carrera. La gran mayoría apoyó todas las medidas. Claro que los profesores de la Nacional no son tan ingenuos como para poner por escrito los compromisos ni el respaldo a las cosas que se han hecho. Antes ser profesor de la Nacional era casi vergonzoso, esto era como una Cueva de Rolando, y ya no. Ahora tampoco tienen que temer que alguien los asalte o los amenace por una opinión.

Los caciques culturales

R.J.: ¿Y el cuerpo docente continúa con sus luchas internas ideológico-burocráticas?

M.P: El aspecto ideológico ha desaparecido, el profesorado ya ha perdido muchísimo la fe ciega en las ideologías. Ya uno no encuentra en la U. N. un profesor que diga públicamente que es trostkista y que la gente le crea, que crean que ese señor se diferencia fundamentalmente de un maoísta y que esos dos se diferencian de un liberal oficialista o de un galanista. Ese tipo de profesiones de fe han desaparecido muchísimo.

Hoy en día el profesorado se ha envejecido –ése es un elemento sociológico importante– y con el envejecimiento se ha vuelto un poquito más escéptico. Claro que uno nota que todavía hay grupos, pero están al margen de la gran masa de profesores, que son de la llamada, entre comillas “izquierda», y otros de la llamada “derecha». A veces, oyendo a uno de los profesores de los que llaman derechistas, estoy seguro que en una conversación común y corriente en la ciudad de Bogotá le deben decir que es comunista, porque realmente la universidad sigue teniendo una especie de subcultura que se identifica más con lo que uno llamaría la izquierda democrática.

Luchas por las decanaturas y por los puestos de dirección sí las hay. Eso hace parte de la condición humana y de la situación cultural y política de Colombia, donde existen grandes cacicazgos. Y aquí hay caciques culturales, que cultivan su imagen, que hacen y reciben favores, que utilizan su prestigio o sus cargos para llevar determinada línea. No digo que sea lo dominante, pero hay manzanillismo académico y lo disfrazan con una retórica muy ingenua que se ve inmediatamente.

La U.N. y Barco

R.J.: ¿Echó raíces el concepto de la Universidad libre?

M.P: Yo creo que sí; a mí lo que más me alegra es que esas famosas «medidas duras», le sirvieron a la Universidad. Se trataba de establecer una prioridad: o es la universidad la que debe estar abierta o es un conjunto de servicios pésimos de cafetería y residencias las que acaban con ella. Cuando la universidad estaba cerrada, todo el mundo se escandalizaba, pero yo quiero subrayar que estaba cerrada precisamente porque se estaban preparando los cambios para abrirse y no tener que volver a cerrarse, que era lo que se esperaba y lo que afortunadamente aconteció.

Lo escandaloso en Colombia es que estén abiertas una cantidad de mal llamadas «universidades» que deberían estar cerradas. Una cantidad de garajes que lo que hacen es estafar a los padres de familia y a los estudiantes porque no les están enseñando nada.

R.J.: ¿Cómo ve a la Universidad ante el cambio de gobierno?

M.P: Yo creo que el doctor Virgilio Barco tiene una grandísima oportunidad. La U.N. finalmente es un proyecto liberal en Colombia. Si él, como lo ha dicho, lleva a cambio un programa liberal, la U.N. se va a ver favorecida. Yo no veo nada más que

cosas positivas en un gobierno como el que él ha prometido en términos de la Universidad.

R.J.: ¿Qué pasó cuando el nombre del secretario general, Humberto Vergara, apareció en una lista de subversivos a capturar por el Ejército Nacional?

M.P: Hubo una explicación satisfactoria para el secretario general de parte de los altos mandos militares. Le explicaron que había sido un error, que su hoja de vida era limpia y entiendo que le presentaron disculpas.

Palacios y B.B.

R.J.: Usted siempre ha figurado como una persona muy cercana al Presidente Betancur y se rumora que va a formar parte de su grupo político de apoyo. ¿Cuáles son sus planes políticos y en qué dirección?

M.P: Mire, yo he dicho públicamente que no tengo partido político. Eso es muy difícil en Colombia. Yo quiero seguir siendo un intelectual independiente. Si hay algo que admiro del Presidente Betancur es su profundo respeto por el pensamiento de los demás y él me dijo que respetaba mis ideas. Yo me identifico con lo que él ha hecho por la búsqueda de la paz, con todo el proceso de democratización, pero espero seguir siendo independiente. Tengo muchas afinidades con él pero no soy un político. Como cualquier colombiano, espero que siga influyendo en la vida política del país, porque sin duda va a ser una influencia en una línea democrática y popular.

R.J.: Usted estuvo vinculado al principio de la administración Betancur como asesor en política exterior. ¿Cuál es su balance sobre Contadora y los No Alineados?

M.P: Creo que la importancia de Contadora es múltiple. De un lado implica la posibilidad de que un grupo de países latinoamericanos se convierta en mediador – ante la ausencia de la OEA y de la terrible crisis institucional del sistema interamericano–, en un área que históricamente ha sido clave para Estados Unidos. Segundo, que un grupo de países latinoamericanos diga que también tiene intereses, que rescate la noción del Derecho Público interamericano, el principio de la no intervención y de autodeterminación. Y en tercer lugar, que en ese proceso estos países hayan intentado con éxito ejercer una diplomacia de conjunto.

Esos tres aspectos de Contadora van a pasar, sin duda alguna, a la historia de la política internacional latinoamericana como un intento realista y serio de enfrentar de alguna manera las tendencias hegemónicas de Estados Unidos en la región. Creo que eso es saludable para la democracia internacional. Para las relaciones entre Estados Unidos y América Latina es obvio que la situación centroamericana es demasiado compleja. No había tampoco una predisposición muy clara de todos los países centroamericanos a aceptar esa mediación de Contadora. Creo también que la política de Reagan fue y sigue siendo una política extremista que no busca el justo medio sino que polariza las posiciones. Pero hay que reconocer que los sandinistas no han sido muy buenos diplomáticos. Eso también ha sido desafortunado.

R.J.: En Colombia, los medios de información en general, desinformaron bastante sobre Contadora. ¿Usted cree que la opinión pública entendió el papel real de este grupo?

M.P: No, yo creo que la opinión en Colombia está desinformada, despistada. La opinión la siguen formado si acaso cinco mil personas que opinan por sí mismas, con criterios determinados, sólidos, en una u otra dirección. Entonces Contadora es un misterio, la mayoría de la gente no sabe ni siquiera lo que es política internacional. Lo que han hecho los medios ha sido manipular el anticomunismo – que sí existe– como uno de los elementos subyacentes en las opiniones de los colombianos.

Contadora fue presentado con un matiz fuertemente anticomunista, es decir, a Contadora se le presentó como un aliado de los entre comillas «comunistas” Nicaragua, y como los nicaragüenses son aliados de Moscú, de Libia y del «demonio», mejor dicho. entonces Contadora es el idiota útil que le está haciendo el favor al diablo y al comunismo.

Sin embargo, como el país está progresando, cada día hay más gente que lee y mayores canales de opinión. Se está formando una especie de contra opinión que vio sensatamente que Contadora no era nada más que la defensa de principios fundamentales del Derecho Público interamericano que hay que defender una y otra vez porque el intervencionismo está a las puertas de América Latina.

R.J.: En cuanto a los No Alineados, también hubo un rechazo inicial porque Fidel Castro era el presidente…

M.P: Yo interpreto Contadora y el liderazgo del Presidente Betancur en Contadora, como uno de los resultados tangibles de participar en el Movimiento de los No Alineados. El hecho de haberse declarado no alineado es decir que el mundo está en una confrontación equivocada y que entre más se polarice más sufren los países en su soberanía y en su desarrollo. Eso es lo que hace Contadora.

Ramón Jimeno

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