Pacto de las élites para una negociación sostenible: Plan Colombia II

La divergencia entre las élites políticas representadas en Uribe y Santos, determina el variable grado de confianza en las negociaciones de paz y el nivel de incertidumbre sobre el alcance de los acuerdos. La batalla facilita que los medios sobredimensionen los hechos de violencia con toques sensacionalistas que distorsionan las discusiones en la mesa, confunden y asustan a la opinión pública.

En esa dinámica, el marco del acuerdo se estrecha al igual que las expectativas ciudadanas. El riesgo de firmar un acuerdo sin consenso dificulta al Estado cumplirlo, exponiendo a los desmovilizados al acoso de los opositores y a la opción de reincidir en la violencia. Superar la divergencia entre las élites es indispensable para consolidar acuerdos efectivos, como lo es acordar reglas para minimizar el impacto de los extremistas en el proceso.

La experiencia en otras negociaciones muestra que la ruptura entre las élites provoca crisis que hacen ineficaces los acuerdos. La tarea sugerida es encontrar el consenso en el que la mayoría de la sociedad se comprometa con un tipo de paz y la asuma con el mismo patriotismo con el que asumió la guerra.

Si se puede negociar con las Farc políticas sociales que permitan la convivencia civilizada, es posible negociar entre los civiles el tipo de paz que es tolerable para la mayoría. Aunque el gobierno lo tiene claro, la eficacia de su estrategia para lograr un respaldo amplio no es exitosa. Tal vez le falta enfrentar el debate sobre los temas críticos de una manera diferente, en el que, con la mediación de terceros, se logre el consenso y entonces sí se pueda adelantar el resto de las negociaciones con la certeza de que se cumpla lo que firme.

Patriotismo Inc.

La paz requiere activar un patriotismo equivalente al que despertó la ofensiva militar del 2002-2008. Las élites se unieron cuando Uribe lideró la guerra contra las Farc, porque hubo un consenso previo que incluyó a Estados Unidos: diálogo sí, pero con el Plan Colombia como Plan B, que consistió en fortalecer el aparato militar para doblegar a la guerrilla si las negociaciones fracasaban. Bajo ese consenso, Pastrana dialogó con las Farc, mientras las Fuerzas Militares crecían, se entrenaban y armaban para la ofensiva.

El fracaso de los diálogos llevó de inmediato a la ofensiva militar con apoyo de la ciudadanía, con la financiación parcial de Estados Unidos y de los empresarios que pagaron impuestos especiales. La ofensiva se desplegó con escasos contradictores, sin escándalos en los medios, sin voces ni reclamos ciudadanos que restringieran la acción militar. Ese consenso fue el que llevó a las Farc a perder la mitad de su fuerza y a refugiarse en las fronteras perdiendo su capacidad ofensiva.

El Plan B, el Plan Colombia, fue exitoso cuando las élites confirmaron -gracias a Estados Unidos- que la reducción del poder de las Farc y su erradicación a las fronteras, no implicaba el triunfo de un Estado donde los paramilitares tendrían la voz cantante.

Al contrario, cuando se impuso la desmovilización de los paras, que fue imperfecta y arbitraria, así como la extradición de los que incumplieron los compromisos y las sanciones de cárcel en el país para algunos de los dirigentes, quedó claro que el paramilitarismo no iba a cogobernar. El papel de Estados Unidos en esta restricción fue fundamental y la Corte Constitucional dio el paso final al clausurar la posibilidad del tercer período de Uribe y condenar a prisión a mas de 70 parlamentarios elegidos con la arbitrariedad de la violencia paramilitar con el fin de controlar el Estado.

Reconsenso a la inversa o viceversa

Ahora se requiere un consenso equivalente, pero al revés, en el que las élites uribistas tengan claro que la paz no se hace para que las Farc cogobiernen con Santos o para que amenacen el futuro de las élites, mediante reglas arbitrarias que se firmen en La Habana para favorecerlas. Si el Plan B de los diálogos del Caguán fue la ofensiva militar con todos los fierros y tropas, el Plan B de Santos debe ser la ofensiva del diálogo para la paz con todos sus fierros y tropas.

Esto es, en primer lugar, crear los espacios para dialogar con los guerreristas de las élites civiles para llegar a los pactos que permitan acuerdos duraderos en La Habana. Pactos que se deben firmar y protocolizar con terceros garantes y validadores. En segundo lugar, es necesario establecer protocolos de comunicación con las Farc para dirigirse al país por los mismos canales, que ayuden a crear una imagen diferente de las Farc y a encontrar valores que los acerquen al ciudadano. Y, se pueden establecer de manera simultánea protocolos para el manejo de información sobre las discusiones en La Habana abandonando el agresivo lenguaje del conflicto armado, de manera que los hechos de violencia que se presenten no se conviertan en oportunidades para que los guerreristas impongan su agenda en los diálogos y minen la confianza ciudadana.

Un modelo para todos

Ya hay equipos y acciones para ilustrar y sembrar la cultura de la reconciliación. Pero esta campaña no es efectiva para cerrar el abismo que separa al gobierno de los uribistas. Sirve para formar mejor a los que ya creen en la reconciliación, pero los opositores se mantienen al margen, radicalizados por un liderazgo pasional que rechaza dialogar.

La tarea de cerrar la brecha exige crear espacios de negociación para la discutir la transición no solo de las Farc sino del uribismo hacia un modelo de sociedad aceptado por todos. Las Farc debían exigir que en la mesa también se siente la posición de cerca de medio país que Uribe representa para que el acuerdo no nazca cojo. Como no lo van a hacer, es necesario lograr el Pacto de las élites, para que a La Habana llegue un mandato unificado que sí logre una ratificación popular mayoritaria.

El cerrado equipo de La Habana no puede adelantar las tareas para ganar la batalla en la mente de los colombianos -y de los uribistas-, ni le corresponde. Tampoco alcanzan los esfuerzos de los círculos del Presidente, ni las esporádicas campañas publicitarias, ni las visitas aisladas de juristas internacionales. Se requiere un Plan Colombia II con recursos suficientes para ganar la batalla mental. Se requieren actores internacionales, medios, pedagogos, expertos en justicia transicional, estrategas sociales, que desplieguen sus habilidades en escenarios diseñados específicamente para acordar las bases para aceptar la convivencia con el antiguo enemigo.

Se necesita acordar que la era de la guerra carece de sentido en esta época, porque ya no hay modelos excluyentes que amenacen la supervivencia del otro. La batalla que se libró bajo Uribe tenía como fin llegar a la mejor paz posible, muy distinta a la que se hubiera logrado sin esa ofensiva.

Los otros desmovilizados

Por supuesto, parte del Plan Colombia II es establecer que quienes se aparten del camino pierden la oportunidad, y serán tratados como criminales a quienes el Estado les aplicará el peso de la ley. Como a algunos de los paras que fueron a la cárcel, otros extraditados y a otros se les aplicaron acciones, controles y sanciones judiciales.

Sin duda, a las élites uribistas, que creen que padecieron más a las Farc, les incomoda que sus integrantes no paguen por lo menos lo mismo que sus antiguos aliados, los paramilitares. Para ellos, ésa debiera ser justicia. Esta ecuación se puede resolver, acordando otras formas de resarcir los daños y de asumir conceptos nuevos de justicia, con garantías de que la reincidencia se va a sancionar, porque la justicia punitiva -la cárcel- es ineficiente. La justicia restaurativa, que puede ser parte de la transicional, es un camino.

También se necesita disipar los justificados temores de las decenas de miles de ciudadanos que viven y han vivido de la guerra y para el conflicto armado, mediante la construcción de sus escenarios futuros. ¿Cuál va a ser el rol de las centenas de oficiales y los miles de soldados profesionales en la nueva sociedad? ¿Se van a desmovilizar también? ¿Cómo? ¿Con qué recursos? ¿De qué tamaño será el ejército del posconflicto y cuál será su misión? ¿Qué pasará con las armas oficiales? ¿Cómo se les resarcirá su sacrificio?

Estos temas no se pueden acordar a espaldas del país, y menos se pueden esconder debajo del cajón a ver cómo se manejan más adelante, porque son piedras contra el Plan Colombia II. Si no se informa, es fácil interpretar que mientras a los guerrilleros se los premia con el perdón y las reformas, a los militares se los deja en el olvido y el abandono. El germen de la nueva violencia.

Lenguaje para el control de los impactos de la violencia

Mientras se logra el consenso de las élites, es posible tomar algunas medidas que minimicen el impacto de la violencia en las negociaciones. Por ejemplo, en dos años y medio, es poco lo que se ha avanzado en reconstruir la imagen de los integrantes de las Farc. El lenguaje de guerra se mantiene vigente -asesinos, narcos, bandidos, terroristas- y las propuestas de las Farc son descalificadas casi siempre de antemano.

Acordar que las partes informen por los mismos canales sobre su punto de vista en los temas, ayudaría a romper el círculo vicioso en el que a las Farc solo la oye la izquierda a través de Telesur, mientras al gobierno lo oye el 90% de la sociedad a través de los medios masivos, casi todos gobiernistas. La ciudadanía debe acostumbrarse a oír a las Farc porque se trata de abrirles canales para opinar sin necesidad de disparar.

Oír no implica compartir los puntos de vista del adversario, sino empezar a entenderlo para buscar los posibles puntos de encuentro. Esta práctica es inusual en el país, que en vez de oír a los divergentes tiende a excluirlos, sobre todo de los medios de comunicación. Debates públicos con las Farc sobre temas específicos son una manera de refundar las reglas del país de manera que desmovilización y desarme se conviertan en una oportunidad para buscar un desarrollo justo y equilibrado en amplias zonas donde el Estado nunca ha llegado o donde llegó pero mal.

Se puede acordar con los medios un protocolo de cobertura del proceso en La Habana en el que se abran espacios estables para ambas partes, de manera que todos oigan a todos. Este protocolo debe incluir el uso de un vocabulario apropiado para la etapa de negociaciones, de mutuo respeto, de manera que se reconstruya la imagen de las Farc ante la ciudadanía. La paz debe sustraerse de la lógica mercantil de los medios de comunicación, como se hace cuando se convoca a la guerra.

Otras lecciones

El fracaso de los acuerdos de Camp David deja lecciones en ese sentido. Tras la entusiasta firma de los acuerdos de paz, se impusieron las facciones extremistas en Israel y Palestina que reactivaron la guerra hasta la fecha. La paz dividió a las élites. En Israel, los medios le dieron amplio espacio a Hamas y sus acciones violentas, desvirtuando las intenciones de los palestinos y minando la confianza en los acuerdos. Arafat y su corriente, que era la moderada, desaparecieron, Rabin fue asesinado, y la implementación de la paz impulsada por Clinton quedó en manos de quienes se opusieron a ella, los extremistas de ambos lados. Ahí sigue la guerra.

Lo contrario ocurrió en Irlanda. Las élites estuvieron de acuerdo en superar la violencia y luego se dieron a la tarea de construir las reglas para la inclusión de los antiguos enemigos, de manera que el proceso de desmovilización, desarme y reintegración fluyera. Los medios, que tenían prohibido publicar noticias de IRA antes de las negociaciones, empezaron a entrevistar a sus militantes y a divulgar sus opiniones.

Los ciudadanos pudieron escucharlos, conocer sus voces y argumentos y así reconstruir su imagen, sacándolos de la etiqueta de terroristas. Las interpretaciones sobre los hechos violentos, que ocurrieron en las negociaciones, se encausaron entre las dos partes para impedir que torpedearan las conversaciones, de manera que los extremistas no lograron imponer su agenda negativa.

En el país tenemos a la mayoría de los medios informando como si no existieran negociaciones. Usan el mismo lenguaje y los mismos adjetivos de la guerra. Esta visión impide construir otra imagen de los futuros desmovilizados, y como la ciudadanía depende de los medios para formarse una idea diferente, el respaldo se resiste. En vez, por ejemplo, de divulgar especulaciones sobre los hechos violentos, podrían basarse en información confirmada y verificada que surja de las dos partes o de terceros independientes.

Pero ese deber ser se atraviesa con la ruptura Uribe-Santos, pues los medios, ante cada tropiezo, acuden al expresidente para divulgar su versión que luego se convierte en enormes titulares. O acuden al Procurador, que está en la misma cruzada. La ciudadanía se confunde y el proceso se debilita como lo registran las encuestas. El propio Santos debe retroceder, su lenguaje se vuelve guerrerista, redespliega las tropas y reanuda bombardeos para calmar a los opositores.

Son medidas que provocarán más violencia y desconfianza. La tarea para evitar el fracaso la tiene a la vista el dúo Santos-Jaramillo que lidera el tema: pactar el consenso de las élites, lograr un Plan Colombia fase II. Es imposible hacer una paz verdadera y positiva, contra la mitad de la opinión y las élites políticas y económicas.

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